Dejamos atrás Rizani y antes de llegar a las dunas del
desierto del Sahara atravesamos la hammada –grandes llanuras pedregosas- con el
Simún –el viento cálido del desierto- como
compañero. La soledad era absoluta, pero
de pronto -como si un espejismo cobrará vida- aparecía de la nada una pequeña
cabaña, una locomotora abandona, una haima negra...
El
viaje resulto a nivel fotográfico muy enriquecedor, pues descubrí, por ejemplo:
que uno debe saber interpretar la luz y los colores, ya que puede que la
exagerada luminiscencia en los grandes espacios, nos engañe; aprendí capear
entre foto y foto el bachish / propina que reclaman algunos y, lo más
importante, que un viaje con amigos que no les interesa la fotografía era
imposible desarrollar un tema, pero en resumen la experiencia fue positiva y me
ayudo en mi evolución personal y fotográfica.