Nos
acostumbramos a cruzarnos al atardecer con camiones cargados hasta las trancas,
reorganizando la excesiva carga que con el fez
fez de la pista se les había desplazado. Avanzando hacía el sur de
Mauritania la pista por la que circulábamos alternaba la hamada de piedras gruesas con dunas y bancos de arena.
Encallábamos el Land Rover una y otra vez en las pozas (puntos donde la arena
no está compactada) y que no se distinguen del suelo firme. El vehículo se
hunde en ellas hasta los ejes y la única alternativa para salir es descargarlo
todo, trabajar duro para sacarlo… y hasta la próxima.
Era habitual encontrarse con cuerpos de camello muertos resecándose al sol, pues el calor era sofocante, seco, asfixiante… Adopté el turbante que utilizan los nómadas del desierto -cuatro metros de tela de algodón teñida de índigo que tapa completamente la cabeza, boca y nariz-; usaba cazadora de algodón de manga larga cerrada y pantalón tejano; las cámaras envueltas con bolsas de plástico y guardadas dentro del estuche, debidamente cerrado, para protegerlas de la fina arena que levanta el viento y que se filtra por doquier: conclusión pocas fotos. El sudor que provoca el hecho de ir tan tapado, con altas temperaturas, es un autentico alivio ya que al circular el aire refresca el cuerpo y cabeza. Bebíamos más de cuatro litros de agua diarios para evitar la deshidratación.