De las ciudades por las que pasamos a lo largo de la expedición, Lagos, capital de Nigeria, fue de las más pobladas, corruptas, peligrosas… y sin personalidad ninguna. Nos habían comentado que bandas muy agresivas controlaban a los habitantes de los suburbios y que debíamos evitarlos. No fue necesaria ir hasta ellos, ya que en los alrededores de un mercado -donde los curanderos vendían sus pócimas, los modistos deambulaban en busca de trabajo con la maquina de coser en la cabeza, los artesanos que trabajaban el bronze con la técnica de la cera perdida, logrando unas magnificas y excelentes esculturas…- fuimos perseguidos e increpados, al igual que la población local, por un grupo de encapuchados vestidos de blanco hasta los pies y con sombreros coloristas de alas anchas que blandiendo unos largos palos, con dibujos geométricos, recorrían las calles de Lagos persiguiendo a todo aquel que no caminase descalzo. Calzados como íbamos y, además, extranjeros, tuve el tiempo justo de tomar algunas imágenes antes de subirme al Land Rover y salir a toda velocidad hacía Onitsha a orillas del rio Niger, pues un grupo de ellos se acercaban muy exaltados hacia nosotros.