Llegamos a Khartoum al anochecer y la gran cantidad de casas flotantes que circundaban las orillas de la confluencia del Nilo Azul con el Nilo Blanco, no dejó de sorprenderme. Como el Land Rover estaba herido de muerte alquilamos una plataforma en el tren semanal que nos llevaría a través del desierto de Nubia hasta Wadi Halfa y dado que nuestra situación económica era catastrófica sacamos billetes de 4ª clase que daba acceso a viajar en el techo de los vagones o colgado en los estribos de éstos.
Nos cargaron el Land Rover, mediante una pesada y antigua grua, a la plataforma alquilada y añadieron ésta a los quince vagones del convoy ferroviario. Nada más terminar de instalarnos en la plataforma nosotros y el Land Rover ésta fue tomada por un número considerable de personas que con sus cabras, monos… y todo tipo de bultos y enseres no dejaron ni un rincón libre. En Atbara el tren se vació de personas, cambió la locomotora diesel por una de carbón y a partir de entonces hacía paradas, aleatorias, en medio de la nada para: la hora de la oración, aliviar necesidades fisiológicas, abastecerse en mercados que nacían en plena noche y alumbrados por la luz de los petromax… y cargar agua para la locomotora.
Un fuerte pitido anunciaba el fin de la parada y acto seguido reemprendía la marcha y si no subías rápido… allí te quedabas una semana entera hasta que pasaba el próximo tren. En ningún momento vi un revisor que controlase el pasaje de lo que deduje que los sudanés eran muy legales o que ante la imposibilidad de controlar tal cantidad de viajeros, la compañía aceptaba el porcentaje de los “sans ticket” que viajaban en el tren.
Los cinco expedicionarios esperamos la llegada del “bac” instalados en una especie de cobertizo sin puertas y zarandeado por el viento e intentado soportar las frías noches. Nosotros solo disponíamos de alimentos liofilizados, mermelada y una botella de Jonny Walker -regalo unos suizos en Tanzania- por lo que aceptábamos encantados la invitación a comer de la olla comunitaria de judías pintas con pan de pita que nos hacía la policia.
Para poder introducir -no cargar- el Land Rover en el “bac”, de dos pisos, tuvimos que desmontar la baca del techo y deshinchar los neumáticos. Y reconozco que, dado lo complicado y aparatosos de la operación, en alguno momento dude de su éxito, pero finalmente logramos introducir el maltrecho Land Rover y abandonamos Wadi Halfa.
La travesía por el lago Naser duró más de veinticuatro horas y para poder comer cambiamos un casette de Serrat y parte del Jonny Walker que quedaba con los cocineros del “bac”, incluyendo en el trato poder fumar del “narguile” comunitario que tenían en la cocina.
Las orillas del lago Naser ofrecen unos paisajes muy sugerentes y difíciles de olvidar. Ver passar lentamente ante tus ojos las dunas de arena con algunos árboles que se resisten al desierto de Nubia, percibir la lentitud, observar el recién rescatado templo de Abu Simbel fueron momentos realmente especiales.