Después de viajar por desierto a lo largo de las últimas semana la megalópolis de El Cairo debo decir que en determinados momentos se nos presentó realmente abrumadora. Tuvimos que pasar varios días en ella para reponer fondos y así poder llegar hasta Alejandría, donde embarcaríamos hasta Venecia. Nos instalamos en una pensión de la plaza Tahrir que nos recomendó, por precio y situación, un solitario viajero americano que hizo parte de su viaje por Sudán con nosotros y practicamos un poco de turismo.
Nuestro paso por Egipto tubo lugar después de la derrota de su ejercito en la guerra del Sinaí contra Israel. A pesar del tiempo transcurrido el país estaba alterado y el centro de la ciudad estaba tomado prácticamente por los manifestantes y militares.
Obviamos el clima y ambiente que se respira en partes de la ciudad y decidimos visitar la mezquita de al-Azhar dominando la ciudad vieja y casí llegamos a acostumbrarnos a las voces de los almuaicines, que desde los numerosos minaretes esparcidos por el Cairo llaman a su feligreses a la oración dotando la atmosfera de la ciudad de un toque muy especial. Nos pasamos por El Museo Egipcio, cuya entrada pagamos con carnet de estudiante, donde disfrutamos de los preciosos objetos expuestos. La máscara de Tutankamon me fascinó tanto como las esculturas de escribas y dignatarios en barro o madera policromada. Debo decir que en aquella época, el Museo, parecía más un almacén, pero el tiempo que le dedicamos fue plenamente satisfactorio, ya que las piezas era magnificas.
Nos quedamos muy sorprendidos de la escasa afluencia de turistas durante la visita a las pirámides de Keops, Kefren, Mikerinos y la Gran Esfinge, donde andamos libremente por todas partes: accedimos a la cámara mortuoria de Keops por el empinado y estrecho pasadizo de paredes rezumantes de sudor condensado; escalamos los grandes bloques de la pirámide y alquilamos unos camellos con los que hacíamos carreras mientras sus cuidadores no seguían corriendo y gritando tras nosotros.
Nuestra estancia en El Cairo se terminó con la llegada de los fondos y al fin nos libramos del restaurante en el que comíamos por 0,018 €, pero de lo que no nos libramos fue de empujar el Land Rover por las calles de la ciudad, ya que éste solia pararse muy a menudo y la única alternativa era empujarlo hasta que arrancaba. No recuerdo las veces que tuvimos que hacerlo, pero así fue como abandonamos El Cairo y tomamos dirección Alejandría.