Estábamos a principio de la estación de lluvias y a medida que avanzábamos por Senegal éstas nos visitaban a diario y con mayor intensidad e insistencia. Queríamos llegar lo antes posible a Kayes en Mali, ya que en Goudiry existía la posibilidad de que nos quedáramos bloqueados por la copiosa lluvia que iba en aumento, así que apurábamos hasta las últimas hora del día para seguir avanzando, en los diferentes asentamientos que íbamos cruzando se veían pequeñas hogueras donde se reunían los habitantes para preparar su cena y calentarse, era justo la hora bruja de la luz solar, ésta que dura sólo unos minutos justo antes de caer la noche, que en los trópicos viene temprana.
Tambacounda la localidad más importante al este de Senegal es un cruce de caminos que conectan el país con sus vecinos, y donde un de ellos te conduce al Parque Nacional de Niokolo-Kola, más al sur se entra de lleno en territorio de los Basari y los Bedi alejados de todo. Llegamos a Tambacounda, una de las últimas etapas senegalesas, de noche y la misma pista por donde circulábamos nos llevó directamente a la estación de ferrocarril. Allí encontramos, sentado como si hubiéramos concertado una cita, a Elías que se presentó a nosotros como locutor de Radio Tamba, él se convirtió en nuestro guia y mentor, no separándose de nosotros hasta que abandonamos la población. El jefe de la estación, al que nos presentó Elías, nos informó de que la pista hacía Mali estaba cortada por la caída del puente en Goudiry y que nuestra única alternativa era el tren, indicándonos que nos alojaría en la misma estación que también actuaba de hotel y que al día siguiente ya hablaríamos.
Decidimos reservar una plataforma para situar el Land Rover y las motos en el tren que en principio salía aquel mismo día, pero un pequeño retraso de unas horas se convirtió en sietes lluviosos días de espera en la estación ferroviaria. Finalmente cargamos y partimos; como nuestro pasaje nos lo permitía viajamos en la misma plataforma de mercancías durante todo el trayecto; al llegar la noche nos atábamos a la plataforma para poder dormir tranquilamente sin miedo a caernos con los traqueteos del lento tren.
El tren solía hacer pequeñas o largas paradas en núcleos de población, donde ni siquiera había estación quedando muy elevado del suelo llano, los lugareños acudían con tambores, antorchas y petromax a curiosear. En todas ellas, si era de noche, se organizaba un gran alboroto, ya que pensaban que “nosotros metidos dentro de los sacos de dormir y atados” éramos cadáveres que transportaba el tren y, claro, no esperaban que se movieran ni se levantasen unas soñolientas cabezas, para atisbar toda aquella improvisada movida nocturna en medio de la nada.