Reconozco que al primer contacto visual con el Kilimanjaro se nos olvidaron todas las vicisitudes por las que habíamos pasado y nos embargó una enorme emoción y alegria, pero en la pequeña población de Marangu, a los pies del Kilimanjaro, donde instalamos el campamento base, ésta se desvaneció cuando el acceso nos fue denegado, ya que el guardia no reconoció el permiso del Ministerio de Asuntos Exteriores de su país, donde se especificaba que nuestra expedición viaja con dos motos y que éstas podían ascender el Kilimanjaro.