Nos habíamos comprometido, con el padre Tió, a visitar la misión que la diócesis de Vic tenia en Kibuye y en la que él junto con otros misioneros catalanes estaban desarrollando una labor mayormente enfocada a lo social, educativa y de acogida a los niños huérfanos por las masacres de la guerra ya mencionadas, sin olvidar, naturalmente, su formación apostólica. La misión no era muy grande, pero estaba bien organizada. Una escuela espaciosa con pupitres de los años 60, pocos libros y algunos juguetes construidos con madera blanda. Una iglesia con un alto campanario donde un tam tam que sonaba grave, fuerte y contundente, confeccionado con un bidón de gasolina de 200 litros, ejercía de campana.