En las zonas pre-desérticas el pastoreo se limitaba a unas pocas cabras, algún camello y los pequeños pollinos que se utilizaban para los desplazamientos entre los asentamientos semi-nómadas donde vivían una o varias familias. Los animales vagaban por las extensas planicies buscando aquí y allá un paupérrimo sustento, y los hijos pequeños, normalmente, eran quienes cuidaban del ganado familiar.
Los jóvenes pastores atraídos por la novedad que suponía el paso de nuestra expedición se acercaban corriendo bajo un calor extremo. En correspondencia a su esfuerzo solíamos, no siempre, parar e iniciar una breve conversación e intercambiar anécdotas y curiosidades. En varias ocasiones me pareció percibir que algunos camellos andaban con cierta dificultad, y hasta en uno de esos esporádicos “stops” con los jóvenes pastores no pude observar que tenían los cuartos delanteros atados en corto con dos gruesas cuerdas. Un joven de raída vestimenta pero impecable turbante blanco, me explico que lo hacían para que el camello pudiera pastar libremente -no se qué- y al no poder correr no habían ninguna posibilidad de que se alejaran.