Las mujeres, en general, no rehuían la cámara, más bien se sentia halagadas y complacidas. Vestían con telas estampadas de llamativos y vivos colores, el arte en colocarse los tocados (a juego o no con el vestido) era evidente y sus elaborados peinados no dejaban de sorprenderme. Las peluqueras estaban instaladas, normalmente, en el mercado o en cualquier rincón de la ciudad. Eran buenas conservadoras y comunicativas y cuando las enfocaba solían dedicarme un sonrisa e incluso algunas palabras de agradecimiento.
Más a lo largo de la expedición pude comprobar que tan grande como es África son también sus diferencias entre culturas y sociedades, y tuve que aprender a distinguir en cuales de ellas me encontraba para actuar, pues no siempre fui bien recibido con mis cámaras.
En algunas etnias la fortuna de la familia son las joyas que lucen las mujeres y tener un cuerpo orondo acostumbra ha ser un símbolo de estatus social pudiente. Era habitual verlas con unos palitos que actúan a modo de cepillo de dientes -un extremo es para pasárselo entre los dientes, el otro totalmente desmochado el cepillo-.