En Ruanda apreciamos una organización social bastante estructurada y una cierta calma política -si lo comparamos con las terribles luchas étnicas que a principios de los 70 mantuvieron los tutsis y los hutus y que lamentablemente a finales de los 80, repitieron con mayor virulencia-.
Observamos una variedad considerable de ordenes religiosas las cuales ejercían su labor social y pastoral en condiciones más que aceptables y con buena acogida por parte de los nativos, que intentaban recuperarse de sus anteriores odios.